Era
se una vez una niña llamada Caperucita (no sabemos que fue antes si el nombre o
la capucha roja… la gallina o el huevo, el pene o las ganas de masturbarse).
Caperucita vivía con su madre; el padre… no es relevante para el cuento, un
pobre borracho de la época me imagino. La abuela de Caperucita vivía sola en
una casita en medio del bosque, la vieja chocheaba un poco y como no quería
meterse en un geriátrico la mandaron a vivir al bosque. Era una familia bastante
desestructurada, la verdad. La madre, que de vez en cuando tenía remordimientos
por el abandono de la abuela, le preparó una cesta con merienda y se la dio a
Caperucita para que se la llevara.
Antes de que su
hija partiera, le advirtió que mientras estuviera en el bosque no se apartara
del camino, y que no se entretuviera. La madre sabía que el bosque era
peligroso y que un malvado lobo vivía en el, pero aun así decidió mandar a su
hija para que no diera el coñazo. No hace falta decir que la madre era bastante
zorrona… la abuela abandonada, la niña sola por el bosque… madre no hay más que
una, que huevos.
A todo esto, mientras la madre aburrida
de las tareas del hogar esperaba al fontanero, Caperucita iniciaba el viaje a
casa de su abuelita dando brincos. Durante el trayecto se encontró con el lobo
(evidente, si no menuda mierda de historia). El animal, que por cierto hablaba
y no causaba suficiente miedo como para que la niña saliera corriendo, le
preguntó a Caperucita que a donde iba. Ella amable y dulcemente le respondió
que a casa de su abuelita a llevarle la merienda. El lobo que estaba aburrido y
le parecía demasiado fácil descuartizar a la niña allí en medio, la retó a una
carrera. El se ofreció a coger el camino largo y Caperucita podía ir por el
corto. Caperucita, como toda adolescente, le hizo caso al Lobo solo por llevar
la contraria a su madre, por joder básicamente; y también debía estar aburrida
la niña. No había televisión así que hacer carreras con un maldito lobo en un
bosque debía ser cojonudo. El lobo que era muy astuto, o un poco cabroncete por
así decirlo, le enseñó los caminos al revés y Caperucita, ingenua pero monísima
con su capucha roja, tomó el camino largo. El lobo, que llegó primero a la
casa, llamó a la puerta y se hizo pasar por caperucita. La vieja, sorda como
una tapia, creyó escuchar a su nieta y la hizo pasar. La abuela que vivía en
una especie de loft, ya que la cama estaba en frente de la puerta vio entrar al
lobo y le ofreció unas galletitas. La abuela también se aburría la hostia
abandonada en el bosque, así que hubiera dejado entrar a cualquier hijo de
vecino. El lobo al ver que las galletas desprendían un olor a rancio brutal
decidió comerse a la abuela, que era el mal menor. Se puso un camisón y un
gorrito de esos que solo las abuelas utilizan para dormir (un poco travesti el
animal pero por pillar uno hace lo que sea) y se metió en la cama.
Al cabo de un rato llegó Caperucita,
cansada, con una insolación y cegándose en la madre del lobo por la caminata
que se había pegado. La niña llamó a la puerta y el lobo con voz de abuela le
dijo que pasara (el lobo era el puto amo y su repertorio de voces era inagotable).
Caperucita entró, dejó la cesta en una mesita y se sentó en la cama. Entre la
insolación y que era un poco corta de vista, no se dio cuenta de que su abuela
era un jodido lobo travestido. El lobo le dijo que se metiera en la cama y a
Caperucita eso ya le pareció un poco raro. Se apartó sutilmente y empezó a
interrogar a su “abuela”.
-¡Abuelita,
qué ojos más grandes tienes! –dijo Caperucita.
-¡Son
para verte mejor! –contestó el lobo.
-¡Abuelita,
abuelita qué orejas más grandes tienes!
-¡Son
para oírte mejor!
-¡¿Abuelita,
porqué tu edredón parece una tienda de campaña?! –preguntó la niña con gesto de
asombro.
-…
sigue preguntando, querida.
-¡Y
qué dientes más grandes tienes! –Caperucita empezó a retroceder.
-¡Para
comerte mejor! –gritó el Lobo babeando como un perro famélico.
El
Lobo se levantó de la cama y se abalanzó sobre Caperucita. Un leñador que
miraba por la ventana en plan Voyeur
derribó la puerta de una patada, destrozó un par de muebles con el hacha por
diversión (también se aburría un montón el leñador; las estufas de aceite se
imponían a la clásica chimenea de madera y el negocio estaba decayendo), y de
una patada giratoria a lo Chuck Norris tumbó al lobo. Caperucita le pidió al
leñador que abriera la barriga del lobo y salvara a su abuela. Craso error. Menuda
guarrada lo que salió de allí dentro: la abuela desfigurada, el menor de los 3
cerditos a medio digerir, media docena de las cabritas de Pedro… La niña se
abrazó al leñador buscando consuelo. El leñador se miró a la dulce y hermosa Caperucita
de arriba abajo.
-¿Quieres
que te enseñe como se agarra el mango de un hacha, niña?
FIN
Moraleja: Niños,
no os aburráis nunca.
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